La Lucha por el Espíritu:
Definiendo el Conflicto Político Venezolano.
Por: Max (pseud.)
“El que cree, pues, en las cosas bellas, pero no en la belleza misma, ni es capaz tampoco, si alguien le guía, de seguirle hasta el conocimiento de ella ¿te parece que ese sujeto vive en ensueño o despierto? Fíjate bien: ¿qué otra cosa es ensoñar, sino el que uno, sea dormido o en vela, no tome lo que es semejante como tal semejanza de su semejante, sino como aquello mismo a que se asemeja?” Platón (Enunciado a través de la voz de Sócrates, La República, 476c)
08 Septiembre 2024
Esta pieza es, ante todo, una perspectiva anecdótica que está condicionada por la subjetividad de quien escribe. Dicho eso, creo importante recordar que todo en la vida es, en cierto sentido, subjetivo, pues es a través de nuestra existencia individual que la realidad es, en tanto interpretación propia de todo aquello que nos rodea. Sin caer en perspectivas absurdas como la de Protágoras, según la cual todas las realidades subjetivas son verdaderas, hay valor en las interpretaciones subjetivas de las realidades objetivas.
La degradación de la vida republicana en Venezuela es un proceso profundamente personal para mí, pues no sólo crecí inmerso en ella, sino que tuve el lujo de poder compartir espacios y momentos de lucha con varios de los que hoy lideran una lucha terriblemente desigual en defensa del ideal democrático. Y aquí ha de hacerse la primera salvedad: la batalla que está dándose en Venezuela es, ante todo, un enfrentamiento existencial entre ideas completamente dicotómicas.
Por un lado, la confluencia de las izquierdas duras con el sempiterno nacionalismo-militarismo pseudo-bolivariano, que comparten una visión chauvinista de la historia civil y militar venezolana, junto con un deseo de controlar y “moldear” a la sociedad para asegurar su “encauzamiento” según esa idealización histórico-política. Esta corriente se encontró a sí misma con Hugo Chávez en una posición única, ya que la figura del comandante permitió su articulación en una estructura vertical, disciplinada y capaz de convertir al Estado democrático-liberal en una herramienta de control absoluto, con la misión de transformar la realidad mediante la construcción de una nueva geometría del poder, el cuarto de sus llamados motores constituyentes y un término desarrollado en la propuesta de reforma del artículo 16 de la Constitución venezolana, propuesto en el anteproyecto de Reforma Constitucional presentado por Hugo Chávez. Esta reforma se sustentaba, a su vez, en la figura del hombre nuevo, aunque irónicamente, para una revolución que se enorgullecía de luchar por la igualdad de género, poco se hablaba de la mujer nueva.
Del otro lado, la resistencia a dicha visión hegemónica ha mutado en forma y liderazgo innumerables veces. Los primeros brotes de resistencia nacieron del modelo sociedad civil con dirigencia de las fuerzas vivas de la sociedad (Fedecámaras, CTV e Iglesia, bajo el llamado tripartito), madurando en la consolidación parcial de un sistema de partidos “nuevo” (PJ, UNT, VP) y llegando finalmente a un modelo híbrido entre partido (o más bien comando) y movilización ciudadana, representado por María Corina Machado (a partir de ahora, MCM) y Vente/Comando ConVZLA. Más allá de lo dispar que ha sido su organización, todas sus etapas comparten un hilo central que les da coherencia y unidad ideológica: el deseo de mantener un marco democrático firmemente anclado en las conquistas liberales y sociales que Venezuela había alcanzado desde 1936, especialmente en todo aquello relacionado a la pluralidad política y social como factores inherentes a la sociedad venezolana.
Planteadas ambas ideas, resulta más que evidente no solo su diametral oposición, sino la imposibilidad de articular una síntesis entre ellas. Es en esta dicotomía absoluta donde radica la causa central del carácter existencial de la lucha política en Venezuela, pues donde hay hegemonía no puede haber diversidad, y donde hay diversidad no puede haber hegemonía (sepan excusar la tautología). Y es justamente ese carácter existencial el que menos suelen entender quienes no han formado parte directa del conflicto venezolano, pues para los ciudadanos del mundo occidental resulta abstracta, cuando no incomprensible, la realidad de una lucha total cuyo campo de batalla es la existencia plena de cada hombre y mujer que forma parte de la comunidad política que llamamos Venezuela.
Hay un concepto central en el discurso de MCM que refleja la naturaleza absoluta del enfrentamiento político en Venezuela: el carácter espiritual de la lucha. Con el uso de este de este concepto, MCM ha logrado amalgamar la tradicional perspectiva sincrética que la palabra espiritual tiene en Venezuela -facilitando la identificación subjetiva a nivel individual- con su definición más profunda y absoluta desde una perspectiva político-teórica, que es la formación (o interpretación) de una cosmovisión profundamente personal y propia sobre la realidad y nuestra relación con ella. Pues es el espíritu, tal como lo refleja Max Weber[1], el que define nuestras motivaciones, nuestras aspiraciones y el marco de nuestra acción tanto a nivel individual como a nivel colectivo, en tanto miembros de la sociedad.
Al definir la acción política, social y electoral de la oposición democrática como expresión de una confrontación espiritual, se ha logrado por primera vez reflejar la magnitud y el alcance que conlleva el enfrentamiento civilizatorio que ha vivido Venezuela los últimos años. Trascendiendo la indefinición ideológica y discursiva que imperó durante años en el campo democrático, se articula un concepto capaz no sólo de actuar como recipiente de las aspiraciones y visiones de todos aquellos venezolanos que desean fervientemente vivir una vida libre, digna y compartida con la inmensa diversidad de culturas que conviven en Venezuela, sino que permite darle forma al marco compartido en el que esa diversidad puede expresarse de manera orgánica y positiva para todos los miembros de la sociedad.
¿Qué características tiene este espíritu? Responder a esa pregunta requiere una aproximación sociológica, política e incluso antropológica que va más allá de los límites (y posibilidades) de este artículo. Sin embargo, en la acción de los Comanditos -las estructuras creadas por el comando ConVZLA para articular la acción ciudadana- se reflejan ciertos elementos centrales. Desde un profundo apego a la idea de participación como motor central de la acción política, pasando por la irreverencia evidenciada por historias anecdóticas (resistencia al abuso militar-policial, ejercicio irrestricto de los derechos políticos fundamentales) y brotando en una decisión firme de construir un nuevo orden político y social, la voluntad y organización ciudadana que construyó la victoria aplastante de la alternativa democrática es una manifestación objetiva de ese marco subjetivo compartido por millones de venezolanos.
Esos “síntomas” parecen reflejar el surgimiento de un nuevo ethos que renuncia y trasciende a los marcos hasta ahora vigentes en la sociedad venezolana. Tras el colapso del modelo populista de conciliación que imperó en el plano ideal desde 1958, la respuesta de una mayoría de la sociedad venezolana ha sido abrazar principios antes denostados, como la responsabilidad individual, la concurrencia y la subsidiariedad social, a la hora de abordar los grandes retos políticos y sociales que enfrenta. Aunque es muy temprano para definir por completo la naturaleza real o las consecuencias objetivas de este cambio, es innegable que dicho proceso está en marcha, y ha sido el motor sobre el que se ha construido la abrumadora victoria en la jornada electoral del 28 de julio.
Y he aquí una realidad que no puede ser doblegada por el chavismo, aunque intente desconocer y aplastar sus manifestaciones objetivas. Pues, aún en el supuesto de que pudieran estabilizar su intento de fraude, luchar contra una revolución espiritual es el verdadero equivalente a arar en el mar, tal como lo pueden atestiguar desde Carlos I[2] hasta Erich Honecker, pues las victorias obtenidas en su supresión son, cuánto mucho, tácticas. Una vez que el cambio yace en el alma de los individuos, tarde o temprano la encarnación objetiva de esa transformación se impondrá por la fuerza de la existencia y la acción de estos, siendo imposible reprimirla en toda su dimensión.
Si bien queda mucho por explorar sobre algunos de los conceptos que hemos abordado, lo ya dicho sirve para empezar a superar una barrera subjetiva clave para facilitar la comprensión del tema venezolano en el mundo: la falta de modelos comparativos para quienes han crecido en el mundo libre. Para aquellos que deseamos actuar como portavoces del ideal democrático venezolano, el carácter espiritual de nuestra lucha es un concepto poderoso, capaz de actuar como una representación clara que trascienda los clichés básicos que han condicionado la batalla narrativa y discursiva de la crisis venezolana.
[1] Obra de referencia obligada en este punto: Protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus
[2] Y V de Alemania, título particularmente más relevante para este argumento.
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